lunes, 19 de enero de 2015

Aclaración previa e índice de publicaciones.


Mi pasado en algunos barrios porteños y del conurbano oeste bonaerense se despliega en estos cuentos con vivencias propias y prestadas.

El límite entre lo autobiográfico y la ficción se hace tan difuso como el territorio donde la nostalgia, lo risueño, lo grotesco y la tragedia se indiferencian según el cristal con que se mire.

No renuncio a una condición que resultó previa a mi actual posición. Con tesón, sacrificio y el aliento de los seres queridos, pude pasear mi prosapia sanlorencista por las calles de París... llegar al centro del mundo. Por eso, siendo aquélla necesaria en la construcción de la realidad de mi familia y propia, sin ocultar ese pasado barrial y plebeyo, convoco a que confirmen que sí... que yo fuí berreta.



Cuentos publicados:

Subversión, lascivia, supersticiones, violencia, cobardía y mi empecinamiento en un amor imposible una tarde en el sur del tercer cordón del Gran Buenos Aires. Una tarde para olvidar.

En un viaje del Tranvía 84 descubrí la profundidad de la vida.


La amistad de un perro trasciende épocas y vidas.

A partir de una conversación trivial surgió la necesidad de volver cuarenta años atrás y pasar revista a los autos de mi infancia. Pero como la imagen vale más que cien palabras, para indicar cuáles eran, fue necesario armar un precario álbum de fotos con algunas anécdotas berretas.


Peripecias que de niño viví en una calle de tierra con una vía de ferrocarril en su frente y una “casa vieja” que haría las delicias de cualquier película de terror.


Nuestra infancia fue la patria de la candidez. Sólo supe que mi Tía estuvo embarazada cuando nos presentaron a la nueva primita.


En 1970 no se hablaba de “violencia de género”. Mucho menos podía pensarse que ésta se ejerciera contra el varón de la casa. Sin embargo, el carbonero de Boedo cotidianamente sufría un público martirologio sin que nadie del barrio saliera en su defensa. Su mujer, Doña Eugenia, se había empeñado en denigrarlo sin piedad alguna, hasta que un sueño, un sueño muy arcano de nuestro vecino, hizo eclosión esa nochevieja en el patio de la carbonería.


Papá tenía razón. Esos cuatro no eran los Beatles. Por suerte mi primo Norberto calmó la angustia de ese día.


El amor nunca viene solo. Así lo supuso mi amigo una bella tarde de domingo en el Barrio Envión I de Haedo.


Sencillamente, mi Papá.


En algunos momentos que supuestamente eran de tensión, por ejemplo, frente a la eventual llegada del chancho, se le activaban todos los tics y se transformaba en una mezcla de Michael Fox con el inicio de una crisis epiléptica. Así era Bula.


Un entrañable personaje, abatido por un designio trágico que supo distraer con sus actitudes pintorescas, el cotidiano viaje de un puñado de haedenses berretas.


De día experto tallerista colisero en Ramos Norte. De noche recitador gauchesco. Peripecias del titular de una renoleta destartalada conspicuo comensal de las tertulias del Club El Trebol de Haedo, que lo sufrió en sus dos roles.


Un imaginario silbato detenía nuestros picados en Juan Agustin García al 3100 al verla pasar. Su conquista, una quimera inalcanzable.


El espíritu navideño quebrado por una descomunal explosión urdida por la barra de García y Helguera.


Anécdotas breves:




No hay comentarios: